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Han pasado seis décadas desde aquel 17 de septiembre de 1964, que cinceló en la historia la inauguración del Museo Nacional de Antropología (MNA), recinto que, desde entonces, ha mantenido y fortalecido su vocación: adentrar a sus visitantes en las huellas de todas las culturas que, en algún punto del pasado, habitaron el territorio conocido como América Media o Mesoamérica.
Con motivo de la efeméride, el sexagenario espacio, adscrito a la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), celebra su posicionamiento en el concierto global con un público que, tan solo en 2023, superó los más de dos millones de personas.
En palabras de su titular, Antonio Saborit García Peña, el MNA llega a este aniversario con numerosos logros, pero también con desafíos, entre ellos el de mantener vivo el interés por ser conocido o revisitado; crecer en sus capacidades para atender a públicos infantiles y estudiantes de educación básica, y consolidarse como punto de referencia para todos aquellos investigadores e investigadoras cuyas especialidades o temas de estudio remitan a sus acervos.
Para lograr estos objetivos, detalla, el MNA ha realizado diversas acciones en meses recientes, como la renovación −inscrita en el proyecto Chapultepec, Naturaleza y Cultura, de la Secretaría de Cultura federal−, de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH), a la cual alberga; y de dos de sus salas etnográficas, consagradas a las danzas y los textiles de los grupos indígenas de México.
Otros acervos que también aloja el MNA son el Centro de Resguardo de Restos Humanos, de la Dirección de Antropología Física del INAH; el Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología y el Archivo Nacional de Arqueología (ANA).
Se trata de fondos en desarrollo constante, cuyo ejemplo es el ingreso, en marzo de 2024, de los Códices de San Andrés Tetepilco a la bóveda de la BNAH, relativos a tres documentos virreinales que suman a la colección de 200 códices mesoamericanos; y el propio ANA, al cual se transfirieron numerosos documentos procedentes del salvamento arqueológico realizado por el INAH en las obras del Tren Maya; asimismo, hace unos días recibió, en donación, el archivo de trabajo de la arqueóloga Ana María Crespo Oviedo (1938-2004).
“Los museos son los espacios más democráticos de nuestras sociedades. No piden grados ni identidades a nadie, son invitaciones permanentes a conocer nuestro pasado y entender nuestro presente”, anota Saborit García Peña al recordar que, en particular, el MNA representa la consecución de un ideal criollo que nació hace dos siglos, con el establecimiento del antiguo Museo Nacional, en la recién formada República Mexicana.
En aquel siglo XIX, explica el historiador, hombres de letras, como Lucas Alamán, ministro de Relaciones Interiores y Exteriores del gobierno de Guadalupe Victoria, emprendió una campaña para el rescate de objetos arqueológicos, documentos y obras de ese pasado indígena que, tras la gesta de Independencia, se buscaban resaltar ante el mundo.
Pese a su compleja historia, la cual atravesó por diversas guerras civiles e intervenciones extranjeras, el Museo Nacional permitió la creación de dos grandes recintos, en el siglo XX: por un lado, el Museo Nacional de Historia, en el Castillo de Chapultepec; y por otro, el MNA, cuyas salas ofrecen una visión amplia del surgimiento, desarrollo y desaparición de diversas culturas, en los 30 siglos comprendidos entre los años 1500 a.C., y 1500 d.C.
“Aquí, en el Museo Nacional de Antropología, las y los visitantes encontrarán siempre las respuestas a las más agudas de sus preguntas en torno a la historia antigua de México, pero aún más importante, lo que deseamos, hoy y hacia el futuro, es que más que respuestas, esos mismos visitantes se formulen nuevas preguntas que los hagan volver”, finaliza.
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