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Librerías en chino prosperan en el extranjero mientras China endurece control interno

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Yu Miao sonríe rodeado de los 10.000 libros que se amontonan en las estanterías de bambú de su recién reabierta librería. Está en el dinámico barrio de Dupont Circle, en Washington, lejos de su última ubicación en Shanghái, donde el gobierno chino le obligó a cerrar su negocio hace seis años.

“Aquí no hay presión por parte de las autoridades”, afirmó Yu, el propietario de JF Books, el único vendedor de libros chinos en Washington. “Quiero vivir sin miedo”.

Las librerías independientes se han convertido en un nuevo campo de batalla en China, arrastradas por la represión del Partido Comunista gobernante contra la disidencia y la libre expresión. The Associated Press descubrió que al menos una docena de librerías en la segunda economía más grande del mundo han sido cerradas o señaladas para cierre solo en los últimos meses, reduciendo aún más el ya limitado espacio para la libertad de prensa. El propietario de una librería fue arrestado hace más de cuatro meses.

La represión ha tenido un efecto paralizante en la industria editorial de China. Las librerías son comunes en China, pero muchas son propiedad del estado. Las librerías independientes están regidas por un conjunto intrincado de reglas con controles estrictos que ahora se vigilan más agresivamente, según los propietarios de librerías. Las imprentas y los vendedores ambulantes también enfrentan inspecciones gubernamentales más rigurosas por parte de la Oficina Nacional contra la Pornografía y la Publicación Ilegal.

La oficina no respondió a las solicitudes de entrevista de The Associated Press. El Ministerio de Asuntos Exteriores de China, en una declaración a AP, dijo que no estaba al tanto de una represión contra las librerías.

Yu no es el único que ha trasladado su negocio fuera del país. Librerías chinas han aparecido en Japón, Francia, Países Bajos y en otros lugares de Estados Unidos en los últimos años, como resultado tanto de controles más estrictos en China como del crecimiento de comunidades chinas en el extranjero.

No son solo los contenidos de los libros los que hacen que las autoridades chinas estén alerta. En muchas comunidades, las librerías son centros culturales donde se fomenta el pensamiento crítico, y las conversaciones pueden derivar hacia la política y otros temas no bien vistos por las autoridades.

El propietario de la librería que fue arrestado se llama Yuan Di, también conocido como Yanyou, y es el fundador de Jiazazhi, una librería artística en Shanghái y Ningbo en la costa este de China. Fue llevado por la policía en junio, según Zhou Youlieguo, quien cerró su propia librería en Shanghái en septiembre. El arresto de Yuan también fue confirmado por otras dos personas que declinaron ser nombradas por miedo a represalias. La acusación contra Yuan no está clara.

Un funcionario de la Oficina de Cultura, Radio Televisión y Turismo de Ningbo, que supervisa las librerías, declinó hacer comentarios, señalando que el caso está bajo investigación. La policía de Ningbo no respondió a una solicitud de entrevista.

Michael Berry, director del Centro de Estudios Chinos de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), indicó que una economía china lenta podría estar impulsando al gobierno a ejercer un mayor control.

“El gobierno podría estar sintiendo que este es un momento para ser más cauteloso y controlar este tipo de discurso en términos de lo que la gente está consumiendo y leyendo para tratar de poner un freno a cualquier posible inquietud y cortarlo de raíz”, dijo Berry.

Estos libreros se enfrentan a una doble presión, añadió Berry. Una es la represión política; la otra es una tendencia mundial, sobre todo entre los jóvenes, hacia los medios digitales y el abandono de las publicaciones impresas.

Wang Yingxing vendió libros de segunda mano en Ningbo durante casi dos décadas antes de que le ordenaran cerrar en agosto. Funcionarios locales informaron a Wang que carecía de una licencia de negocio de publicaciones aunque no era elegible para obtener una como vendedor de segunda mano.

Unos contornos descoloridos marcan el lugar donde antes colgaba el cartel de la Librería de Fatty Wang. En el escaparate de la librería se leían unas letras negras pintadas con spray: “Cerrado temporalmente”.

“Promovemos la cultura, no estoy haciendo nada malo, ¿verdad? Sólo estoy vendiendo algunos libros y promoviendo la cultura”, comentó Wang, atando un fajo de libros con un envoltorio café y un cordel blanco de nailon.

“Entonces, ¿por qué no me dejan en paz?”, agregó Wang.

Otra media docena de personas apilaban cajas de libros en la parte trasera de una furgoneta. Según Wang, los libros se venderán a los propietarios de cafés y bares que quieran crear pequeñas bibliotecas para sus clientes. Algunos se enviarán a un almacén de Anhui. El resto, dijo, se destinaría a una estación de reciclaje para su trituración y destrucción.

Las librerías no son el único objetivo. Las autoridades centrales también han reprimido otros lugares como imprentas, cibercafés, salas de juegos y vendedores ambulantes. Se han realizado inspecciones estrictas en todo el país, según las autoridades chinas.

Las autoridades en Shanghái inspeccionaron lugares de impresión y librerías, buscando “imprimir, copiar o vender publicaciones ilegales”, según un documento gubernamental. Esto muestra que las autoridades no solo están prohibiendo la venta de algunas publicaciones, sino que también las están rastreando hasta el proceso de impresión. Encontraron que algunas tiendas de impresión no “registraban el contenido de la copia como se requería” y exigieron que solucionaran el problema rápidamente.

En Shaoyang, una ciudad en el sur de China, las autoridades dijeron que estarán “reprimiendo publicaciones dañinas de acuerdo con la ley”.

El Partido Comunista dispone de distintas competencias para controlar qué libros están disponibles. Cualquier publicación que no tenga un número estándar de libro de China se considera ilegal, incluidos los libros autopublicados y los importados sin licencias especiales. Los libros pueden ser prohibidos incluso después de su publicación si posteriormente se endurecen las restricciones —a menudo por razones poco claras— o si los escritores dicen algo que moleste a las autoridades chinas.

Sin embargo, a pesar de estas restricciones y la represión de los libreros existentes, más librerías están abriendo. No hay cifras recientes disponibles, pero una encuesta de Bookdao, una compañía de medios que se enfoca en la industria del libro, muestra que más del doble de librerías abrieron que cerraron en China en 2020.

Liu Suli, quien ha estado dirigiendo All Sages Books en Beijing durante más de tres décadas, dice que hay muchos idealistas en la industria.

“Todos los que leen tienen el sueño de tener una librería”, dice Liu, a pesar de los desafíos.

En muchos casos, esos sueños se están cumpliendo fuera de China. Yu y otros libreros chinos alrededor del mundo llenan sus estanterías con libros de Hong Kong, Taiwán y China continental, así como libros publicados localmente.

Zhang Jieping, fundador de Nowhere, una librería con sede en Taiwán y Tailandia, explicó que hay una creciente demanda de libros por parte de migrantes que dejaron China después de la pandemia de COVID-19.

“No solo quieren hablar inglés o japonés fluido para encajar, quieren autonomía cultural”, dijo Zhang. “Quieren más espacios comunitarios. No necesariamente una librería, sino en cualquier formato: una galería o un restaurante”.

Li Yijia es una estudiante de 22 años que llegó a Washington desde Beijing en agosto. Un domingo por la mañana, recorrió JF Books donde encontró títulos en chino e inglés. Para Li, una librería china se siente como “otro mundo en una burbuja” que ayuda a su pensamiento crítico al permitirle leer libros en ambos idiomas.

“También alivia la nostalgia, como un restaurante chino”, agregó Li.

El cierre de las librerías lleva a los propietarios por diferentes caminos. Algunos terminaron en la cárcel, otros buscaron trabajos para alimentar a sus familias. Algunos comenzaron un viaje para dejar atrás la censura.

Desde que cerró su librería en Shanghái, Zhou, de 39 años, se mudó a Los Ángeles, pero aún no ha decidido cuál será su próximo paso.

Cuenta que su librería independiente totalmente autorizada, que vendía libros de arte y obras autoeditadas de artistas y traductores, fue multada con miles de dólares y él fue interrogado más de una docena de veces durante los últimos cuatro años. Ha visto cómo encarcelaban a colegas por vender “publicaciones ilegales”. Todos los artistas y editores de libros autopublicados con los que trabajaba le pidieron que retirara sus obras tras las advertencias de las autoridades locales.

Zhou explicó que no podía soportar más acoso. Aseguró que era como si estuviera “traficando con drogas en vez de vender libros”.

La existencia de su librería, comentó Zhou, era “una rebelión y una resistencia”, que ya no existe.

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