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Una aldea llamada Uucyabnal se convertiría en una ciudad que llegó a conquistar y controlar el norte de Yucatán por 300 años. Esta historia que empezó en el último milenio antes de nuestra era, y alcanzó su esplendor durante el siglo IX d.C., reflejada en colosales edificaciones que aún causan asombro, se narra en el Gran Museo de Chichén Itzá, abierto al público hace unos días.
Mediante este recinto, la Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ofrece un acercamiento por una de las ciudades mayas más destacadas, no solo de Mesoamérica, sino del continente americano; construida como representación de un Tollan, un lugar sagrado que fue centro de peregrinación por centurias, reconocido por su oráculo asociado al Cenote Sagrado.
El Centro de Atención a Visitantes (Catvi), configurado por Quesnel Arquitectos y ejecutado por el Tren Maya, cuenta con 16 hectáreas de superficie; en 3,400 metros cuadrados se despliega el Gran Museo de Chichén Itzá, proyecto y obra que estuvo a cargo de Ignitia Desarrollos, y en el que se incluyen áreas de estacionamiento, talleres de investigación y bodegas, además del espacio de exhibición.
Como detalla el director de la zona arqueológica, José Osorio León, el guion museográfico se basa en los estudios desarrollados en los últimos 30 años por especialistas del Centro INAH Yucatán y del Proyecto Arqueológico Chichén Itzá, y da cuenta del papel crucial de la antigua ciudad, incluso, como centro mercantil que controló las rutas costeras peninsulares y consolidó lazos culturales con el Altiplano Centro de México y Centroamérica.
El montaje, a cargo de la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del INAH, resalta cada una de las 540 piezas y lotes arqueológicos descubiertos a lo largo de un siglo, y refleja las raíces heredadas por Teotihuacan, con una ideología enfocada en el culto solar y una política militarista.
El devenir de Chichén Itzá, entre los años 525 y 1200 de nuestra era, se relata en 14 ejes temáticos: Bienvenida a Chichén Itzá, Flora y fauna, Cronología cerámica, Rutas de intercambio, Cenote Sagrado, Cosmovisión y poder, Escritura y linaje, Juego de Pelota, Astronomía y matemáticas, Arquitectura, Desarrollo urbano, Pintura mural y estuco, Áreas de producción especializada y Organización social.
Osorio León destaca la Sala Cenote Sagrado, la cual cuenta con una recreación multimedia de este cuerpo de agua, de 60 metros de diámetro y profundidad máxima de 13.50 metros, que fue lugar de ritos y sacrificios en el auge de la ciudad, durante el periodo Clásico (800 d.C. -1100 d.C.) y, posteriormente, de culto y peregrinaje en el Posclásico (1100 d.C. -1550 d.C.).
En este apartado, que abunda en la intrincada red comercial que sostuvo Chichén Itzá, se presentan piezas que integraban ofrendas, y cuyo origen va del norte del área que hoy es la península de Yucatán y de regiones distantes de Mesoamérica, localizadas en los actuales territorios de México, Guatemala, Costa Rica y Panamá, hasta Aridoamérica, en el hoy suroeste de Estados Unidos.
El Gran Museo de Chichén Itzá también presenta obras impactantes de la arquitectura de la metrópoli, como las monumentales cabezas de serpiente, relieves con iconografía alusiva a los mitos de origen de esta civilización y diversas esculturas de Chac Mool, entre las que sobresale el recuperado en el Palacio de las Columnas Esculpidas, en 1994, el único que tiene una cabeza desmontable y móvil, además de conservar restos de su policromía original.
Se incluyen bienes descubiertos en fechas recientes como una mesa de piedra con relieves de cautivos custodiados por guerreros, hallada en el Palacio de los Falos del Grupo Serie Inicial, y una ofrenda de cinco vasijas que se registró en la habilitación del Sacbé 4.
Los recursos museográficos, como salas interactivas y novedosas recreaciones de espacios restringidos a la visita, entre ellos del Cenote Sagrado y la Subestructura de El Castillo –en la que se ve un friso con representaciones de jaguares, una escultura de Chac Mool y un trono de jaguar pintado de rojo, con incrustaciones de jade y concha–, permitirán a las y los visitantes una apreciación clara y profunda del poderío de los itzáes.
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