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En las páginas de su Historia de la conquista de México (1843), el historiador estadounidense William Prescott (1759-1859), redondeó la imagen del último tlatoani de México-Tenochtitlan, Cuauhtémoc, como “héroe primigenio”, al señalar que, “entre todos los nombres de los príncipes bárbaros, no hay uno que merezca ser colocado en el catálogo de la fama, antes del de Cuauhtemotzin”.
A través de diversas perspectivas históricas y literarias de la primera mitad del siglo XIX, el director del Museo Nacional de Antropología, Antonio Saborit García Peña, exploró la figura del emperador mexica en el ciclo “Cuauhtémoc: a 500 años de su muerte”, el cual es coordinado por el investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eduardo Matos Moctezuma, en El Colegio Nacional.
El historiador dijo que, el propio Prescott indicó las dificultades que atravesó el gobernante al haber ascendido al trono de Tenochtitlan, “en los últimos y tumultuosos momentos de la monarquía, y cuando las coaligadas naciones de Anáhuac y los fieros europeos amenazaban ya las puertas de la capital […] Nadie rehusará su admiración a la intrépida resolución con que defendió la ciudad, hasta que no quedó piedra sobre piedra. En esta ocasión, nuestras simpatías están inevitablemente en favor del rudo jefe luchando por la libertad de su patria”.
Es así como William Prescott, cuya obra es relevante para la historiografía cortesiana, desechó en sus estudios el cargo de conspirador que le fue endilgado a Cuauhtémoc, y por el cual Hernán Cortés justificó su juicio sumario y muerte, calificando a esta de “injusta y reprobable”, tal y como lo había consignado uno de los testigos del hecho, Bernal Díaz del Castillo.
Saborit García Peña precisó que Historia de la conquista de México fue un volumen más en la serie que Prescott compuso para narrar la historia de España, ya que esta “era depósito de las atmósferas culturales más caras al Romanticismo anglosajón, y como ejemplo está Washington Irving y sus Cuentos de la Alhambra. España fascinó a los románticos norteamericanos”.
En México no cayó bien el libro, el cual fue traducido, casi de inmediato, por José María González de la Vega, con las anotaciones críticas de Lucas Alamán y “colmado de correcciones” por José Fernando Ramírez, a fin de “discutir” con el autor. Sin embargo, a la postre, dicha obra de Prescott, “puso el zócalo para la plataforma a la que ascendería Cuauhtémoc como héroe primigenio, por obra y gracia del arte de nuestras comunidades letradas, nuestros poetas, narradores y artistas, durante la segunda mitad del siglo XIX”, sostuvo el titular del MNA.
Dos décadas antes que Prescott –continuó el ponente–, el anticuario Carlos María de Bustamante había inaugurado la reivindicación de Cuauhtémoc, aunque en un lenguaje más panegírico, como parte de sus viñetas dedicadas a la vida y obra de los emperadores mexicas.
En ese sentido, cuando Bustamante aborda la muerte del tlatoani en Itzamkanac, Tabasco, en la cuaresma de 1525, coloca a Cortés como “el instrumento de una fuerza superior y soberana”, ya que Cuauhtémoc debía cumplir un destino, el cual se completaría casi 300 años después con la Independencia de México respecto a la Corona española.
Por otra parte, en 1828, apareció Historia de México escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas, por D. Francisco Antonio de Lorenzana, en una impresión norteamericana y con un ensayo escrito por Robert Charles Sanz quien, al tratar el pasaje del asesinato de Cuauhtémoc, dice:
“Así pereció el último de los monarcas mexicanos. La historia llora su muerte. La austera y rígida necesidad, considerada a sangre fría, es una razón que justificará Cortés el haber permitido se ejecutase la sentencia decretada contra Cuauhtemotzin, pero es una razón que la distancia de tres siglos, no habla, no convence al corazón”.
Saborit García Peña concluyó que, mientras la figura de Cuauhtémoc en los textos de Bustamante, “aparece supeditada a la libertad recobrada por la revolución independentista; en los de Sanz, es un monarca destronado que crece en el tormento, es justo en el cautiverio y en la muerte cuando asciende a la simbólica condición del último de su raza. Sin embargo, el undécimo emperador mexica, ni de manos de Bustamante ni de Sanz accede a una sepultura temporal”.
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